LOS JUDAIZANTES MODERNOS
Soy por lo general muy tolerante con todo lo que encuentro en mi
camino porque la experiencia enseña que es muy frecuente prejuzgar y
equivocarse. Tampoco me siento en capacidad de juzgar a mis semejantes, tal
cosa no fue enseñada por el Señor Jesucristo, mas bien dijo: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (S.
Mateo 7:7). Sin embargo,
debo ser lo suficientemente valiente para exponer lo que pienso que sé es la
verdad para ayudar a quienes por ignorancia creen estar haciendo lo correcto: “Porque el siervo
del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para
enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá
Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo
del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (II Timoteo 2:24-26) Puedo oír
pacientemente a cualquiera, pero solo hasta cierto límite, pues, no es bueno
desperdiciar el tiempo en cosas que no edifican.
No hay
nada más difícil para mí que entender la testarudez de mucha gente que sostiene
cosas erráticas con pasión como por ejemplo guardar ciertas cosas relacionadas
con la ley mosaica aun en estos tiempos de la gracia y añadirlas como obligaciones
que se deben guardar hoy. Hablo de
ciertas prácticas añadidas a la sencilla fe en la muerte expiatoria de nuestro
Señor, que debería ser única y suficiente columna de la fe. Mi afán no es contender con los maestros de
estas doctrinas sino llegar a aquellos que por ignorancia han cedido a ellas o aclarar el panorama de
cristianos fieles que no entienden bien el asunto.
En el
Perú el defecto más grave de los miembros de la iglesia es su desinterés por la
lectura, al peruano promedio no le gusta leer y si lee quiere que sea rápido y
fácil, por eso la tendencia es más a oír a los predicadores y así
aprender. Esto es usado hábilmente por
los que medran con el evangelio porque a más ignorancia menos control, es el
oscurantismo del desorden. A pesar de
vivir con amplias libertades para leer y estudiar la Biblia, y acompañar estos
conocimientos con cultura e información, muchos han optado por hacerse ídolos
humanos (predicadores y pastores) a quienes siguen ciegamente sin darse cuenta
que son hombres de carne y hueso como nosotros que debemos respetar por el
cargo, pero no imitar si están equivocados.
Oía y
admiraba mucho a Morris Cerullo, es un predicador fuera de lo común y un ungido
a mi parecer, hasta hoy lo escucho de buena gana a pesar de las acusaciones que
pesan sobre él de ser un abusador del
dinero del pueblo de Dios, la
verdad es que eso no me consta pero una vez vi un video donde tiraba la Biblia con cierto desprecio
aduciendo que era un simple libro con tinta que no representaba todo el
pensamiento de Dios. Era un video sobre “la nueva unción”, no dejaba de ser
extremadamente interesante y profético, yo también pienso que la Biblia es solo una parte de
lo que Dios piensa pero es lo que nos es revelado y es suficiente. No
acepté tal irreverencia, la Biblia es un libro muy
querido y puedo abrazar la mía y besarla con cariño como o he hecho muchas
veces y lo que hizo Cerullo no me agrado nada.
No me escandalicé porque ya hace tiempo sé que los líderes y ungidos no
dejan de ser hombres por ser usados por el Espíritu Santo.
Lo que sí
me escandaliza es enterarme de que aún hombres viejos en la fe y hasta
exministros (pastores evangélicos) terminan en las filas de agrupaciones de
doctrinas erradas. Me he encontrado y he conversado con algunos de ellos,
asombrosamente me han dicho que abandonaron el camino del evangelio porque
encontraron, según ellos, la “verdad” como si la verdad fuera una doctrina. Sobretodo entre los israelitas he encontrado
a expastores evangélicos que me han dicho eso.
Para los judíos verdaderos del primer tiempo era hasta cierto punto
justificable el error de judaizar por el celo que llevaban desde sus orígenes,
antepasados, sociedad y hasta genes; pero para éstos hermanos que abandonan la
genuina fe no hay justificación alguna.
Veía un
programa católico de los que hay por cable y presentaban el testimonio de un
metodista que se había “convertido”
al catolicismo, era un seminarista bíblico, lo oía y me quedaba perplejo de lo
que relataba a modo de testimonio. El
individuo era un europeo, no recuerdo el país, que afirmaba haber encontrado
entre los monjes de un monasterio católico la verdad. En ningún momento oí hablar de Jesús el
Salvador, el individuo tenía apariencia de sinceridad y decencia y de ser un
hombre muy honesto, pero extremadamente errado en la fe. Así de lejos es la salvación para algunos que
hierran de algo tan simple como seguir a Cristo. Me quedaba asombrado y perplejo, pero
convencido de que esto no es asunto de apariencias y sentimientos nobles
siquiera sino de Unción.
La única razón que puedo deducir al
respecto es que no llegan a entender el significado de la cruz, no han llegado
a comprender lo que es la gracia. Algo que es muy cierto es que no hay forma de
seguir a Cristo si no es por el Espíritu Santo, esa es la diferencia con
cualquier agrupación que interpreta las Escrituras en una manera errada: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el
Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no
es de él” (Romanos 8:9). Es por
eso que puedo encontrar gente de lo más educada y gentil entre los Testigos de
Jehová o los mormones u otras agrupaciones, pueden tener la apariencia de
piedad más convincente y llevar un modo de vida de lo más ejemplar y bonita,
pero lo trágico es que no tienen el Espíritu Santo.
Yo
nací en el Espíritu y me glorío en ello, me acuerdo de aquel momento y desde
entonces no he pisado ningún Instituto Bíblico o algún hombre me ha enseñado,
he sido quizás algo irreverente a muchos pero siempre he respetado las
Escrituras: “Pero la unción que vosotros recibisteis de él
permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como
la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según
ella os ha enseñado, permaneced en él” (I Juan 2:27). No me considero especial, simplemente
interpreto las Escrituras según el Espíritu Santo y mi criterio humano que no
me ha sido quitado porque Dios no convierte al hombre en un robot autómata sino
que nos convertimos en su colaborador y servidor a través del Espíritu Santo.
Leyendo
sobre Martín Lutero, él relata que antes de su conversión tenía una idea de
Dios tal como el mundo medieval enseñaba, un Dios enojado y lleno de ira hacia
los hombres ante quien era difícil estar presente sin la ayuda de un medio
humano como un sacerdote o la madre de Jesús, la virgen María. Había que portarse adecuadamente, hacer cosas
como “santificarse” o “limpiarse” la carne a través de penitencias, ayunos o abstinencias
entre las cuales el sexo formaba parte por ejemplo. Era una religión de miedo donde se exaltaban
las obras para ser salvo. Se “tenía que hacer algo”.
Esa es
una tendencia que existe en lo íntimo del ser humano, “hacer algo” para así ganarse
la gracia de Dios, una autojustificación o algún flagelo corporal (duro trato
del cuerpo) para acercarse a Dios. Esto
es algo casi natural y creo que todos pasamos por ese periodo en nuestra
vida. El tropiezo o lo incomprensible es
encontrarse con un Evangelio nuevo donde no predominan los ritos o costumbres
que Pedro y Pablo llaman “rudimentos del mundo”. Para Martín Lutero fue la liberación de una
vida llena de miedo y castigos corporales así como privaciones y abstinencias
inútiles para el alma.
Para los
mismos judíos de la primera iglesia cristiana en Jerusalén era difícil
sobrellevar la nueva fe sin guardar ciertos ritos como la circuncisión o el
celebrar las fiestas judías o guardar el sábado. Aun siendo ellos cristianos convertidos estaban
convencidos de que guardar estas cosas era agradables a Dios, necesarias y
temían dejarlas. ¿Pero por qué lo hacen
actualmente muchas personas?, simplemente por la misma razón, temen irritar o
perder el favor de Dios. Les parece una
religión muy fácil aquella de “no hacer nada” para ser salvo. Pero realmente es así, ya Cristo lo hizo por
mí.
Estas
personas se justifican por las obras no entendiendo que nada, absolutamente
nada sacia la justicia de Dios. Resulta que todos los
atributos conocidos por el hombre son reflejo de los que Dios tiene. La diferencia es que en Dios son perfectos, y
por tanto, su justicia es perfecta. Si
justicia es dar a cada quien lo que le corresponde y Dios es Santo y todo lo
que le rodea es santo, los hombres deben ser santos para vivir con él. Y los
pecadores merecen su castigo, si no existen el vacío ni la incertidumbre en la
perfección divina, algo debe suceder con el pecador para que se acerque a Dios.
Ese es el
gran misterio revelado; maldicientes, fornicarios, brujos, asesinos y
prostitutas podrían acercarse a ese Dios Santo a través de alguien que tuvo que
saciar esa justicia de un modo terriblemente cruel: “Al
que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él” (II
Corintios 5:21) De modo que esto hizo Dios para que su
justicia no se altere a la vez que permite que los hombres lleguen a él, puso a
su Hijo como propiciación para que con su sangre limpiase el pecado de la
humanidad (de los que lo aceptan).
Gracias a
Dios puedo alabarle, cantar, vivir en paz y orar; gracias al calvario hoy soy
salvo y puedo acercarme a Dios a pesar de haber vivido una vida perdida en
pecados y muerte: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva
criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hecha nuevas” (II
Corintios 5:17) Cuando estoy arrodillado ante Dios
pienso que estoy ante el Santo de Israel y cuando me empiezo a debilitar
pensando en lo humano y carnal que soy miro hacia la cruz y allí está Jesús, me
agarro de él y me fortalezco en él. Toda
la gloria es de él, como podría pecar voluntariamente si lo tengo a él.
En mi
edad de piedra como creyente juzgaba y golpeaba a todo le mundo, me sentía bien
y mejor que los demás porque los comparaba conmigo que oraba mucho y sentía a
Dios, todavía no había experimentado la cruz en su verdadera magnitud. Pero crecí y solamente cuando dejé de ser yo
es que permití que Jesús sea exaltado.
Al fin entendí aquello de: “Que a nadie
difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre
para con todos los hombres. Porque
nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados,
esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia,
aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:2-3)
Una forma
de vivir sería la de religiosamente cuidar cada palabra y cada gesto conforme a
un conjunto de reglas rígidas para no ofender a Dios y molestarlo, hacer una
lista de ritos y movimientos religiosos que debería de tener en cuenta a cada
instante para no ofender e irritar a Dios.
Parece ridículo pero muchos viven así, y lo peor es que tienen una ley
moderna que se guarda por pedazos porque según ellos Jesús vino a guardar la
ley y hay que mezclar la gracia con la
ley por eso.
Si de
justicia se trata, el hombre hace tiempo que demostró que es inútil para lograr
justificarse delante de Dios, por mas que ayune, guarde fiestas o pretenda ser
perfecto en su andar absteniéndose racionalmente de pecar. El hombre desviado siempre ha tenido esa
tendencia a autojustificarse “limpiándose” de la carne, por eso nacieron en los
primeros tiempos los ascetas que luego formaron los monasterios de donde vienen
los monjes que impusieron el celibato y los ritos católicos de la
autojustificación.
Estos
despistados creían que apartándose físicamente del mundo y evitando el sexo
serían realmente agradables a Dios, pura religión humana, una pobreza
espiritual y mental delante de Dios que los ve como niños ignorantes que
torpemente quieren acercársele. Asimismo
la ley mosaica fue un ayo (Gálatas 3:24), un cuidador, un “por mientras” al que muchos aceptaban como un rito obligatorio para
acercarse a Dios, y ese fue su tropiezo.
No era mala de ninguna manera la ley, muy al contrario establecía un
orden religioso que los hombres de buen corazón acataban pero entendiendo
reverentemente que era algo muy duro, imposible de guardar y todos fallaban.
Los que
leen y estudian la ley olvidan voluntariamente
que Dios dio propiciatorios al pueblo y a los sacerdotes por si pecaban
lo cual era frecuente y la
Biblia no da testimonio de que algún judío haya guardado toda
la ley perfectamente toda su vida, sencillamente porque era imposible. Pablo atestigua que la ley era espiritual y
por tanto, perfecta pero se dio para que el pecado sobreabundase. Solamente encuentro un caso en que Jesús
elogia a un judío y la manera en que lo hace me extraña mucho: “Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él:
He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (S: Juan 1:47). Lo sorprendente es que Natanael no era un
sacerdote y si decía que no había engaño se refería a su sinceridad.
Un verdadero israelita es el que lo era de
corazón, amaba la ley por ser Palabra de Dios y luchaba sinceramente por
obedecerla pero era honesto para reconocer su impotencia ante la santidad de
Dios. De hecho Natanael ofrecía
holocaustos por sus pecados y se compungía delante de Dios por su inutilidad
humana, por eso no había engaño en él. Yo
no conocí al Señor sino luego de muchos tropiezos aun después de haberme
convertido, es que el yo, el ego, el hombre natural demora en morir a veces
tardando la redención plena por el simple hecho de querer ser santo por sus
propias fuerzas.
Eso es lo
que lleva a juzgar a los demás, a ser legalista y juez, la autojustificación
donde se exalta a los hombres, a las
denominaciones, a algún pastor o a alguna iglesia en particular en vez de al
único que merece alabanza plena: Jesús el Redentor. Luego de la
caída ya no veía nada a lo lejos, estaba inmovilizado por la impotencia y la
vergüenza, no, ya no tenía salvación alguna porque había caído muy hondo
traicionando la fe, era un despojo de hombre digno del infierno sin esperanza. Pero de pronto vi la cruz como en el desierto
los judíos que eran mordidos por las serpientes venenosas y miraban al asta levantada por mandato de Dios a
Moisés, miré la cruz y allí estaba Jesús, el Cordero de Dios y me eché sobre él
sintiendo todo el dolor de la vergüenza, la impotencia y la culpa llorando hasta el cansancio y recién entendí
que la victoria es la sumisión.
A partir
de allí para adelante la visión es diferente, ya no vivo yo más sino vive
Cristo en mí, y mi victoria es mi reconocimiento de él y eso me evita pecar. Ya no peco porque le amo y me da pena y dolor
fallarle, pero la diferencia es que en él tengo todas las victorias del cielo y
no necesito nada ni a nadie para ser un creyente victorioso porque tengo a
Jesús el Redentor, al Mesías, al Cordero de Dios, al Nazareno Eterno, mi Señor y mi Salvador. Ya no me comparo con los demás para juzgarles
sino que les enseño a caminar con Cristo, no puedo juzgar después de haber sido
yo tan desleal pero sí puedo predicar a Cristo y soy libre, porque la libertad
está en mi alma y las ataduras se han roto aunque vivo en este cuerpo por un
tiempo.
Toda la
gloria es del Redentor. El centro de la religión judía era La Pascua que consistía en
sacrificar un animal delante de Dios recordando la salida de la esclavitud en
Egipto, estos sacrificios consistían en matar a un animalito y desangrarlo
delante de Dios para que hubiera purificación de pecados. Era un simbolismo temporal para la verdaderas
Pascua, un “por mientras” hasta que se cumpliera el tiempo establecido en los
Cielos. Jesucristo fue crucificado un 14
del mes de abib, primero de los meses de los judíos y celebración de su
pascua. Todo el Antiguo Testamento y la Ley eran una figuración de ese
día y ese sacrificio perfecto.
La muerte
reinó hasta Cristo. La muerte entró con
el pecado adánico y en su bolso echaba a todo aquel que moría físicamente en la
tierra, aún los que morían físicamente en Israel iban con este espíritu a un
lugar de encarcelamiento momentáneo y Satanás no podía atormentarlos porque
eran gente que demostraba amar a Dios y no a él. Lucas 16:19-11 no es una alegoría o un cuento
ficticio, Abraham y Lázaro eran cautivos que esperaban también la Pascua verdadera, el
momento cumbre en que Dios abofetearía a Satanás y lo vencería definitivamente en
la gran batalla moral del Universo.
Satanás no sabía lo que pasaba, el trato era: “estos no van al infierno porque me han honrado con su obediencia, son
míos”, pero iban al centro de la tierra y allí Satanás esperaba a ver que
sucedía. La mente egoísta de Satanás no
podía concebir lo que Dios planeaba.
Sabía que vendría un día un redentor y se alistaba para enfrentarlo y
destruirlo pero no sabía cómo iba a vencer para
llevarse a los suyos.
La ley
imponía yugos sobre el hombre y los judíos hicieron de la ley una religión a
tal punto que según ellos nadie podía salvarse sin guardarla. He allí su tropiezo, cuando llegó el momento
no lo discernieron porque Jesús quebrantaba su religión dándole su lugar
real. El sábado no se movía un dedo e
imponían a los demás a obedecer, pero si el camellito o la mula caían en un
hueco…”vayamos que este me costó y me
sirve...”, quebrantaban lo que ellos mismos imponían.
Mucho se
habla de Jesús como judío que vino a cumplir la ley, pero para él no era una
religión sino que le daba el valor real como “ayo”. Jesús era superior a la ley como Dios mismo
considera a todo hombre, el hombre no fue hecho para la ley sino a la inversa,
la ley fue hacha para él. Hay que ser muy puntual en afirmar que quienes
perseguían y acusaban a Jesús eran los religiosos judíos, los que guardaban la
ley y hacían de la religión un negocio, vivían de eso. Un día estos religiosos veían como los
discípulos arrancaban espigas un día sábado, Jesús estaba allí y los fariseos
le reprochaban a él su descuido en enseñar a sus discípulos. Si Jesús hubiese sido un religioso guardador
de la ley en forma rigurosa les habría reprochado pero no solo no lo hizo sino
que justificó la acción de una manera muy enfática recordando lo que hizo
David.
David
comió de lo que no era lícito, pan dedicado y santo pero pan al fin que sirvió
para saciar el hambre de David y sus hombres, los fariseos se escandalizaban de
los discípulos arrancando espigas en día de reposo y Jesús les decía que eran
sin culpa como David. Qué contradicción
más terrible: “Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo:
En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y
vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os
santifico. Así que guardaréis mis días
de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profanare, de cierto morirá;
porque cualquiera que hiciere obra alguna en él, aquella persona será cortada
de en medio de su pueblo. Seis días trabajará.
Mas el día séptimo es día de reposo consagrado a Jehová; cualquiera que trabaje
en el día de reposo, ciertamente
morirá. Guardarán, pues, el día
de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto
perpetuo” (Éxodo 31:13-16).
Escrituralmente los fariseos tenían toda la razón, pero
circunstancialmente estaban errados. La
respuesta la da Jesús: “…porque el Hijo
del Hombre es Señor del día de reposo”
(S. Mateo 12:8). En verdad los discípulos quebrantaban la ley,
pero el dador de la ley no era Moisés sino Dios y Jesús es Dios, y la ley no
era una norma de muerte sino de vida, vida verdadera, la libertad del alma; y
el día preferido para trabajar y sanar para Jesús era justamente el día de
reposo judío. Los fariseos eran muy
estrictos en esos días de reposo, estaban vigilantes y todo estaba paralizado
pero veían a Jesús caminando por allí enseñando y sanando y se indignaban.
¿Qué es
el reposo realmente? El descanso puede
ser físico o emocional, aunque el emocional tiene como consecuencia el físico,
y no hay nada que de reposo al hombre sino estar en paz consigo mismo, con su
prójimo y con Dios. Una buena conciencia
ante Dios es el único ungüento eficaz para dar paz al hombre, el reposo. Jesús es Dios y hacía las obras del Padre aún en los días designados como de reposo que
eran figura del verdadero reposo. Por
eso Jesús se movía a propósito en su día ante los religiosos que usurpaban con
el pecado más aborrecible delante de Dios: la hipocresía.
En San
Juan 2:23-25 se afirma que Jesús conocía lo que había dentro de los hombres y
especialmente aborrecía la conducta de los fariseos que eran los religiosos de
ese tiempo a tal punto que en los únicos pasajes de la Biblia donde se relata que
Jesús reprendía con duras palabras a alguien era a ellos. Nunca se ve a Jesús tratando duramente a
pecadores judíos o gentiles sino solamente a estos religiosos, porque aborrecía
la hipocresía de esta gente que usaba la Biblia para juzgar y humillar a los débiles
pecadores.
De
inmediato se preguntarán qué se ha de hacer entonces, ya que no hay que hacer
nada para ser salvo. Es la pregunta
lógica y la respuesta es la misma: nada.
Una vez orando comencé a decirle al Señor qué podría darle: dinero, mi
vida, algo valioso o mi tiempo; pero descubrí que nada de eso era algo
extraordinario o que él no poseyese ya.
Pero sí había algo que podía darle, que le agrada y sale de mí, puedo
hacerlo: ALABANZA.